2020 puso de manifiesto, para el conjunto de la sociedad, una realidad que los trabajadores del sector tecnológico ya conocían bien. La disrupción tecnológica no podría haber sido más desafiante si no hubiese sido por la digitalización de gran parte de la vida diaria. Los datos han ido más allá de ser la base de la industria, y ahora son, como el agua o la energía, un factor integrado e indispensable para la vida moderna.
A pesar de la situación, la era “conectada” o “en red” en la que vivimos ha puesto de manifiesto que los compañeros de trabajo han seguido colaborando a través de herramientas de productividad en la nube, que los clientes han seguido comprando a través de los servicios de compra online, que se ha seguido compartiendo información médica vital con quienes la necesitan, y que los amigos y familiares han continuado viendo las caras de los demás incluso bajo el más estricto de los confinamientos.
Muchas empresas, especialmente aquellas involucradas en servicios profesionales, han cosechado los beneficios de la digitalización al continuar operando virtualmente como si sus oficinas aún estuvieran abiertas. Sin embargo, esto no quiere decir que todas estuvieran bien preparadas para este imprevisto. Muchas han tenido que poner en marcha rápidamente planes que estaban pensados para el futuro, trasladar los servicios a la nube, crear procesos y metodologías para que el personal acceda a datos vitales, y lograr prácticamente de la noche a la mañana lo que estaba trazado para los próximos años. Según una encuesta realizada por el bufete de abogados Baker McKenzie, el 78% de las empresas de tecnología, media y telecomunicaciones, junto con el 74% de las instituciones financieras y el 65% de las empresas de bienes de consumo y retailers, han acelerado sus planes de transformación digital. Como dijo el CEO de Microsoft, Satya Nadella, en abril, vimos «dos años» de transformación digital en “dos meses».
Si bien vale la pena destacar este ritmo de cambio en sí mismo, es posible que aún no hayamos empezado a considerar realmente las consecuencias de esta aceleración de la digitalización. Aunque puede parecer exagerado decirlo, es probable que la digitalización sea solo una, de un conjunto de tendencias interconectadas que realmente cambiará la forma en que opera nuestro mundo.
Para entender el por qué de esta afirmación, se debe considerar el hecho de que, además de reemplazar o reelaborar los sistemas existentes con tecnología basada en centros de datos, la digitalización es también una transferencia de energía de un sistema a otro. El aumento del trabajo desde el hogar es un ejemplo perfecto de esto: si bien las demandas de energía del cloud computing probablemente se incrementó por el teletrabajo, también reemplazó a los desplazamientos, que, en términos generales, utilizaban energías fósiles para producirse. Del mismo modo, la compra online permite rutas de entrega más eficientes en lugar de muchos viajes individuales. El comercio bajo demanda elimina el gasto de energía de la sobreproducción y el almacenamiento; y la banca online reduce la necesidad de energía y mantenimiento de inmuebles.
La digitalización de sistemas, entonces, implica también la electrificación de los mismos y, por ende, un mayor consumo energético. Si bien esto puede, a primera vista, parecer una mala noticia para nuestros objetivos climáticos, la verdad es que cambiar la demanda hacia sistemas electrificados estimulará la adopción de energía renovable, que ahora es generalmente más barata por vatio que las alternativas de combustibles fósiles. Además de ser inherentemente más eficiente en el consumo de energía, gracias a la naturaleza hipereficiente del silicio moderno, la digitalización abre vías para la reducción de carbono, ya que sus emisiones están directamente relacionadas con las emisiones de la red en su conjunto.
De la digitalización, a la electrificación, a las energías renovables: este ciclo se cierra sobre sí mismo en el hecho de que la energía renovable requiere sistemas digitalizados para su generación, transmisión, almacenamiento y uso efectivos. Si bien las energías eólica y solar son formas altamente eficientes y económicas de generar electricidad, también son, por su naturaleza, menos predecibles y consistentes que las basadas en combustibles fósiles. Se requerirá que los sistemas digitales reaccionen rápidamente a las fluctuaciones en la producción, y la energía contenida en esos sistemas también jugará un papel en la gestión del rendimiento de la red. En los centros de datos ya se están utilizando los SAIs como sistemas activos de almacenamiento de energía y las baterías de los vehículos eléctricos, ayudan a equilibrar la frecuencia y el rendimiento de la red.
A medida que se acelera la digitalización, la electrificación y la adopción de energías renovables, estas interconexiones se vuelven más profundas y dinámicas: la confluencia de tendencias es un círculo virtuoso que se acelera.
A medida que este ciclo continúa, veremos que la distinción entre estas tendencias comienza a desvanecerse. En sus primeros días, cuando digitalizar un sistema significaba construir una infraestructura de centro de datos on-premise, las decisiones en torno a la digitalización se tomaban en gran medida independientemente de las consideraciones energéticas. Con el tiempo, las aplicaciones del data center se volvieron cada vez más críticas, de modo que esas decisiones pasaron a ser dependientes de la calidad, disponibilidad y seguridad de la energía para garantizar un funcionamiento continuo. Hoy en día, los datos y la energía se han convertido en co-dependientes: los gobiernos toman decisiones políticas sobre la energía teniendo en cuenta los despliegues de los centros de datos y, a su vez, los operadores de éstos últimos planifican su construcción de acuerdo con la capacidad de la red.
Al rastrear ese cambio hacia el futuro, podemos ver que digitalización y sostenibilidad se convierten, en muchos aspectos, en sinónimos. La proporción de las necesidades generales de energía que se destinan a los centros de datos y las redes está creciendo rápidamente, y esto impulsará y apoyará la aceleración de la adopción de energías renovables. Lejos de ser preocupaciones en competencia, la nube será el camino hacia la descarbonización y viceversa.
A principios de 2020, gran parte de la transformación digital que se produjo existía solo en forma de planificación a medio y largo plazo, pero lo sucedido, lo convirtió en una necesidad inmediata. En los próximos años veremos cómo el efecto dominó de la digitalización acelerada se propaga a través de todos nuestros sistemas esenciales, dejándonos con un enfoque del mundo muy diferente y mucho más ecológico.